LA DOLCE VITA

(It-Fr) Riama Films / Pathé Consortium Cinema, 1959. 173 min. BN. TotalScope.

Pr: Giuseppe Amato y Angelo Rizzoli. Pr Ej: Franco Magli. G: Federico Fellini, Ennio Flaiano, Tullio Pinelli, Brunello Rondi y (sin acreditar) Pier Paolo Pasolini. Ft: Otello Martelli. Mt: Leo Cattozzo. DA y Vest: Piero Gherardi. Ms: Nino Rota. Dr: Federico Fellini.

Int: Marcello Mastroianni, Anita Ekberg, Anouk Aimée, Yvonne Furneaux, Alain Cuny, Lex Barker, Nadia Gray, Annibale Ninchi, Magali Noël, Jacques Sernas, Walter Santesso, Valeria Ciangottini, Ida Galli, Audrey McDonald, Nico, Riccardo Garrone, Adriano Celentano, Polidor, Harriet White, Alain Dijon, Laura Betti, Carlo Di maggio, Mino Doro.

Un enorme Cristo sobrevuela la ciudad de Roma
Marcello Rubini (Marcello Mastroianni) es un periodista con aspiraciones de escritor
que mientras le llega la inspiración se dedica a la prensa del cotilleo.
A Roma ha llegado la despampanante estrella americana Sylvia (Anita Ekberg)
para incorporarse al rodaje de una película. Y allí tenemos a Marcello en primera fila.
Sylvia adecuadamente vestida para visitar las interioridades del Vaticano.
...y Marcello se las arregla para acompañarla en ese indagatorio recorrido.
Durante la fiesta de bienvenida que se le da a la estrella recién llegada, ella
baila una incitadora rumba ante los complacidos ojos de los invitados.
La hiperbólica anatomía de Sylvia y su proceder caprichoso y
exhibicionista, tiene su impacto.
Marcello, mujeriego empedernido,  ha quedado fascinado con Sylvia.
Marcello rescata a Sylvia de cuantos la quieren acaparar y se la lleva
en su coche sin rumbo fijo.
En su noctámbulo deambular por la ciudad, acaban llegando a la Fontana di Trevi.
Es verano, hace calor y ella decide "refrescarse" en las aguas de la fuente.
La imagen de Sylvia como una diosa carnal resulta a la vez irresistible y extraña.
Marcello queda subyugado por la sensualidad de esa hermosa mujer
que parece 
ajena al efecto que causa en los hombres.
Con la cálida "humedad" de la situación, un conato de beso.

SINOPSIS: En la Roma de finales de los años cincuenta del pasado siglo, un periodista de la prensa cotilla y sensacionalista ejerce con desgana su labor, siguiendo las fiestas y escarceos de la alta sociedad y mezclándose en sus ambientes, mientras siente alternativamente fascinación y rechazo hacia lo que ve.

Maddalena (Anouk Aimée) es la ociosa y casquivana esposa de un millonario y combate su aburrimiento asistiendo a fiestas y con esporádicos encuentros sexuales con Marcello.
La extravagancia de esa noche para Magdalena consiste en hacer el amor con el periodista en el cochambroso domicilio de una prostituta con la que se han encontrado por la calle.
Nadia (Nadia Gray), la anfitriona de una de esas veladas, aceptando practicar 
el striptease para complacer a sus invitados.
El encuentro de Marcello con el intelectual Steiner (Alain Cuny), amigo suyo por el que siente un gran respeto y en el que se mira como referente de lo que son sus aspiraciones, tendrá su repercusión.
Nuestro hombre se desenvuelve muy bien en los festivos y selectos ambientes
de la capital y ejerce su profesión con cierta indolencia.
Una vez más, Emma y Marcello, camino apresurado del hospital
para un lavado de estómago.
Con desavenencias y reconciliaciones continúan juntos pero no es probable que él la ame.
La suya es una relación de hastío y necesidad mutua.
La infortunada Emma, que ha asistido a un degradante espectáculo colectivo
con un supuesto milagro de la Virgen, comienza a tomar conciencia de sí misma.
Sus noctámbulas andanzas profesionales (o no) suelen llevar a Marcello a amaneceres en lugares insospechados. Aquí, en la playa con una estrambótica compañía.
A lo lejos, Marcello ve a una angelical adolescente con la que se encontró anteriormente cuando la muchacha le atendía en un chiringuito de playa. Intenta comunicarse con ella por señas pero no lo consigue y renuncia.
La última imagen de la película es el rostro dulce y a la vez resignado de esa adolescente, Paola (Valeria Ciangottini), a través del cual comprendemos que nuestro hombre Marcello nunca llegará a acceder al interior de una mujer, a la complejidad del alma femenina, tal vez porque ha renunciado a muchas cosas, entre ellas, a la pureza y la pasión. Por ello, nos tememos que jamás aprenderá a amar ni terminará ese libro que pretende escribir.

COMENTARIO: Por la época en que Fellini rodó esta película, Roma estaba en ebullición y para la industria de Hollywood representaba en cierto modo la gran “rival” pues allí se concentraban producciones y superproducciones, directores, periodistas, cronistas y fotógrafos. Actores y actrices cuyas carreras declinaban, llegaban a ese bullicioso y decadente escenario buscando tal vez la oportunidad de reavivar sus carreras, o en última instancia, considerando el lugar como un acogedor “cementerio de elefantes”. En aquellos días, Via Veneto se había convertido en algo así como el Sunset Boulevard de Europa y en ese ambiente disipado y febril situó Fellini la que sería su más ambiciosa película hasta aquel momento (que se abre con la poderosa y sorprendente imagen de una gigantesca escultura de un Jesucristo colgado de un helicóptero, sobrevolando la ciudad en ruta hacia la Plaza de San Pedro).

Así pues, LA DOLCE VITA vino a ser una especie de retablo de tumultuoso contenido en torno a la decadente, ociosa, corrupta, contradictoria y errática “bella fauna” romana. El hilo conductor de los diferentes episodios que conforman su estructura dramática es el periodista Marcello Rubini interpretado por Mastroianni (actor al que Fellini utilizaría aquí y en su siguiente película como su alter ego, no sin cierta dosis de autocomplacencia), personaje indolente, desencantado y perezoso, sin apegos e incómodo consigo mismo, que en razón de su trabajo recorre con pasiva lucidez las estancias del discurso-denuncia (de contenido cercano en este caso al cine de Antonioni) que el autor vertebra con borbotónica eficacia adentrándose ya a partir de este film de manera definitiva en ese universo onírico desbordante de imaginación visual que iría creciendo y desatándose en sucesivos trabajos suyos.

Aún hoy, casi sesenta y cinco años después de su rodaje, LA DOLCE VITA continúa fascinándome. Una película ferozmente atacada en su día por la Iglesia católica y la prensa conservadora, que fluctúa entre la denuncia de una sociedad vacía, libertina y corrupta y el vigoroso fresco de un mundo tumultuoso y pleno de vida, casi un circo. No obstante, no quiero rehuir la exposición de lo que considero algunos momentos reprochables que, eso sí, no llegan a empañar el altísimo nivel de esta obra fundamental, si bien son escenas que emiten un cierto chirrido a través de su propia estructura (el buñuelesco-berlanguiano episodio del “milagro” de los niños que creen ver a la Virgen), o de algún personaje como es el caso del intelectual Steiner (interpretado por el catedralicio Alain Cuny) y sus pomposos parlamentos en torno al doloroso vacío espiritual de su vida (la verdad, un sujeto pretenciosamente trágico).

Bueno, para concluir este felliniano paseo, no deseo defraudar a nadie no haciendo alusión a la célebre secuencia del baño nocturno de Anita Ekberg (icono erótico de magestuosa opulencia) en la romana Fontana di Trevi, imágenes que han saltado por encima de la propia película quedando para la Historia (del cine) como esos momentos míticos que acaban convirtiéndose en reclamos imperecederos. Actrices como Vivien Leigh, Gloria Swanson, Marilyn Monroe o Janet Leigh han protagonizado otros.

 EL BAILE DE LOS VAMPIROS (The Fearless Vampire Killers)

(GB-USA) Cadre Films / Filmways / MGM, 1967. 107 min. Color. Panavision.

Pr Ej: Martin Ransohoff. Pr: Gene Gutowski. G: Roman Polanski y Gerard Brach. Ft: Douglas Slocombe. Mt: Alastair McIntire. DP: Wilfrid Shingleton. Vest: Sophie Devine. Ms: Krysztof Komeda. Dr: Roman Polanski.

Int: Jack McGowran, Sharon Tate, Roman Polanski, Alfie Bass, Ferdy Mayne, Fiona Lewis, Jessie Robins, Iain Quarrier, Terry Downes, Ronald Lacey.












SINOPSIS: El intrépido profesor Abronsius y su torpe pero voluntarioso discípulo Alfred, investigan en Transilvania el mundo de los vampiros. A todo esto, el Conde von Krolock –un temido vampiro de la zona– ha raptado a Sarah, la bella hija del posadero donde ellos se hospedan, de la que se ha prendado Alfred. Por eso aceptarán la inquietante invitación del vampírico conde para visitar su castillo.












COMENTARIO: Lo de “comedia divertida” es sólo la etiqueta colocada en su día para vender el producto. Quedarse ahí sería como conformarse con contemplar la fachada de un hermoso edificio gótico sin caer en la tentación de penetrar en su interior. Si lo hacemos con EL BAILE DE LOS VAMPIROS, quedaremos atrapados en el denso espacio de una película que consigue cautivar los sentidos, suspender nuestra voluntad crítica y anular la distancia que nos permitiría estudiar su mecanismo con la necesaria objetividad. Eso me ocurre cada vez que, como espectador, me dejo seducir por la belleza tétrica de sus imágenes, algunos travellings en el interior del castillo del Conde von Krolock y los cánticos desde la marmórea bañera de una Sharon Tate vampirizada.

Lo cierto es que la película de Polanski logra traspasar con habilidad las fronteras que delimitan la parodia y llega a convertirse en la más "seria" y aguda reflexión sobre el género de vampiros, desvelando aspectos de su mitología ignorados o soslayados en anteriores tratamientos cinemato­gráficos (la insufrible soledad y el aburrimiento que presiden las largas veladas de invierno en la “no vida” de un vampiro, la inmunidad a los crucifijos de un vampiro judío, la homosexualidad, etc). Unos excelentes deco­rados, una cámara suntuosa y envolvente y una música de escalofriante inspiración y gran eficacia (debida al gran Krysztof Komeda) llegan a crear una atmósfe­ra gótica y pesadillesca que culmina en la aluci­nante secuencia del baile, verdadero hito del género terrorífico a pesar de la irrupción del humor en ella.

NOTA: El productor Martin Ransohoff, que representaba los intereses de la Metro en la producción, disconforme con la versión primitiva de la película, al parecer ordenó un remontaje que la dejó tal como la conocemos. Ignoramos la naturaleza de los cambios o supresiones. Sin embargo, a pesar de todo, el resultado es el que es, lo más parecido a una obra maestra.

 CON LA MUERTE EN LOS TALONES (North by Northwest)

(USA) MGM, 1958-59. 136 min. Color. VistaVision.

G: Ernest Lehman. Ft: Robert Burks. Mt: George Tomasini. DA: Robert Boyle, William A. Horning y Merrill Pye. Vest: Harry Kress y Bergdorf Goodman (para Eva Marie Saint). Ms: Bernard Herrmann. Títulos: Saul Bass. Pr y Dr: Alfred Hitchcock.

Int: Cary Grant, Eva Marie Saint, James Mason, Jessie Royce Landis, Leo G. Carroll, Martin Landau, Adam Williams, Robert Ellenstein, Philip Ober, Josephine Hutchinson, Doreen Lang, Les Tremayne, Edward Binns, Patrick McVey, Ken Lynch, Philip Coolidge, Ned Glass, Malcolm Atterbury, John Beradino, Walter Coy, Henry O’Neill, Madge Kennedy, Lawrence Dobkin, Frank Wilcox, Carleton Young.
















SINOPSIS: En Nueva York, el caprichoso azar hace que unos sofisticados espías que se dedican a negociar con documentos clasificados confundan a un despreocupado publicista con un agente secreto del Gobierno y, creyendo que sabe dema­siado sobre sus actividades, tratarán de eliminarlo en diferentes ocasiones utilizando, sobre todo, a una seductora rubia como cebo.











COMENTARIO: A finales de 1956, Hitchcock, tras varias películas que habían respondido exitosamente a las expectativas que el público de la época solía depositar (en la taquilla) cuando leía su nombre en la fachada de un cine, decidió rodar FALSO CULPABLE (The Wrong Man), una cinta sombría narrada en clave muy realista y sin concesiones a la galería. Al año siguiente, volvía a golpear -con instrumentos muy diferentes- a un público ya noqueado, con la compleja, poeiana y perturbadora VERTIGO/DE ENTRE LOS MUERTOS. Es probable que llegado a ese punto, él y quienes le aconsejaban coincidieron en suponer que resultaría conveniente regresar a terreno conocido para no poner en riesgo la fidelidad de los admiradores de su cine. En virtud de lo cual, ese numeroso público respiró aliviado cuando en el verano de 1959 vio CON LA MUERTE EN LOS TALONES (North by Northwest), el film que ahora nos ocupa.

La peculiaridad del portentoso talento de Hitchcock como realizador, residía en su eficacia a la hora de averiguar y resolver la exacta dosificación de los elementos conformadores de espectáculo que una película debía contener para atrapar el interés del espectador. Lo que nunca fue obstáculo para que adoptase audaces y sorprendentes soluciones expresivas cuando se trataba de narrar por medio de imágenes puramente cinematográficas asuntos cuyo origen muchas veces habría que buscarlo en ignorados rincones de su controvertida personalidad (sin ir más lejos, tenemos el ejemplo de los dos títulos precedentes aludidos más arriba).

Ya ciñéndonos a CON LA MUERTE EN LOS TALONES, el autor de LA VENTANA INDISCRETA, mezclando comedia y suspense quiso compendiar y prolongar, desarrollán­dolos al máximo, algunos de los esquemas e ideas que estructuraron anteriores trabajos suyos, fundamentalmente 39 ESCALONES de su etapa inglesa, un brillante boceto de ésta.

El protagonista, Roger Thornhill (un fabuloso Cary Grant sinvergüenza, divertido y edípico), es un individuo seguro de sí mismo que sabe desenvolverse muy bien en los medios sociales, despreocupado y egoísta (en su primera aparición no duda en quitarle el taxi a una persona con una mentira), y que a partir de un fatal equívoco será sacado literalmente en volandas de su hábitat e introducido en una pesadilla itinerante dentro de la cual describirá una trayectoria tanto física como espiritual que le ayudará a conocerse mejor a sí mismo, digámoslo de este modo. Cuando pasa a convertirse para los “malos” (oh, ese sutil y elegante James Mason!) en el fantasmático George Kaplan, desaparece el ilusorio paisaje de seguridad y orden en el que ese Roger Thornhill se movía como pez en el agua. Ahora, el caos se ha introducido en su vida y ya no podrá volver a fiarse de las apariencias porque casi todas esconden una amenaza (la mansión de Lester Townsend, el edificio de las Naciones Unidas, el expreso Siglo XX, la sala de subastas, la avioneta fumigadora, el chalet en la montaña, el monte Rushmore...).

La perfecta construcción hitchcockiana, toma aquí -como en otras ocasiones- las formas de una persecución jalonada de elementos inquietantes que lo son por la mano de Hitchcock, por su capacidad para dotar a esos escenarios de una dimensión amenazadora. Ahí va un clarificador ejemplo sin convenciones ni música: Thornhill ha sido citado en un paraje desértico bañado por un sol de justicia, un medio rural desconocido para él en el que en un determinado momento aparece un lugareño que espera un autobús; al fondo, muy lejos, una avioneta fumigadora está ejecutando su labor. Hasta ahí tenemos un cuadro que parece arrancado de una novela de John Steinbeck. Thornhill y el campesino están frente a frente a ambos lados de la carretera que parte el paisaje, manteniendo un silencio embarazoso; Thornhill decide cruzar y acercarse al otro que despreocupado hace un lacónico comentario respecto a la avioneta por el que manifiesta su extrañeza de que esté fumigando campos sin sembrar.

En su brillante superficie, CON LA MUERTE EN LOS TALONES es una cínica, habilísima, divertida, emocionante, malévola, trepidante historia de espías contada con un desarmante desprecio por cualquier regla de verosimilitud. Pero bajo ese aparente tono relajado aparecen ciertas negruras, elementos de entidad misteriosa e indefinible que arrojan un discurso poco tranquilizador sobre algunas características de la sociedad americana.

Desde las líneas que se interseccionan al compás de las notas del gran Bernard Herrmann en los formidables títulos de crédito de Saul Bass, hasta la fálica metáfora sexual que cierra el film, CON LA MUERTE EN LOS TALONES, tomada y disfrutada en cualquiera de sus niveles, se nos antoja una absorbente obra maestra.

SIEMPRE HACE BUEN TIEMPO (It's Always Fair Weather) (USA) MGM, 1955. 101 min. Color. CinemaScope. Pr: Arthur Freed y (sin acreditar) R...