UN REY EN NUEVA YORK (A King in New York)

(GB) Attica Film, 1957. 109 min. BN.

Ft: Georges Perinal. Mt: John Seabourne. DA: Ferdinand Bellan (no acreditado) y Allan Harris. Vest: John Wilson-Apperson. EE: Wally Veevers. Pr, G, Ms y Dr: Charles Chaplin.

Int: Charles Chaplin, Dawn Addams, Oliver Johnston, Michael Chaplin, Maxine Audley, Joan Ingram, Harry Green, Sidney James, Phil Brown, Jerry Desmonde, Robert Arden, Bill Nagy.

El destronado y arruinado rey Shadoff (Charles Chaplin) discute su delicada situación con su embajador en Estados Unidos (Oliver Johnston).
En su ajetreado exilio americano, Shadoff recibe la inesperada visita de su elegante y comprensiva esposa, la reina Irene (Maxine Audley). 
La bella y persuasiva presentadora de televisión Ann Kay (Dawn Addams) trata de convencer a Shadoff de que acepte aparecer en la pequeña pantalla.
Shadoff con problemas de garganta tras probar el whisky Royal Crown.
Ann Kay luciendo modelazo y belleza en una sala de fiestas.
Agasajado e invitado a eventos, nuestro regio protagonista no disimula su fascinación por Ann Kay.
Shadoff dejándose llevar por los evidentes encantos de Ann Kay que ya tiene perfilados sus planes profesionales para con él, con la ayuda de una cámara oculta.
Durante una de sus visitas protocolarias, Shadoff tiene ocasión de conocer al pequeño Rupert Macabee (Michael Chaplin).
El chaval con su convincente verborrea de izquierdas, deja sin aliento a nuestro Shadoff.
Ahí le tenemos en pleno mitin ante un perplejo Shadoff.

SINOPSIS:
Shadoff, el depuesto rey de Estrovia, un imaginario país europeo, llega a Nueva York con la esperanza de iniciar una nueva vida, pero su ministro de finanzas, que le había precedido en el viaje, decide huir a Sudamérica con todo el dinero del confiado monarca. Ahora, nuestro regio arruinado intenta asimilar sin éxito el american way of life, pero después de varios embrollos, ya harto de la locura que preside la sociedad americana, decide regresar a Europa, a los brazos de su esposa que le espera en París.

El destronado rey se deja convencer finalmente para someterse a una operación de cirugía estética y el resultado parece no satisfacerle.
Shadoff dejándose fotografiar por la insistente Ann para anunciar una bebida espirituosa.
Pues sí, obligado por los asistentes a la cena, llega la hora de recitar el monólogo de Hamlet.
Un momento ciertamente extraño: Shadoff tomando un baño mientras contempla (¿o es contemplado?) por una presentadora en la pantalla frontal.
¿Delectación con un toque de morbo?
Ahora quien se encuentra en una bañera es la insinuante Ann Kay.
Un eufórico Shadoff a punto de perder los papeles.
Sorprendida en la bañera, tal vez porque se siente espiada.
Charles Chaplin posando ante la moviola durante el montaje de su película.
Imagen promocional de Dawn Addams.

COMENTARIO:
Tres años después de haber rodado MONSIEUR VERDOUX, Charles Chaplin abandonó Estados Unidos en los estertores del maccarthismo (que persiguió con especial saña a artistas e intelectuales de Hollywood) forzado al parecer por las presiones ejercidas sobre él por quienes consideraban incomodante su postura, reflejada con nitidez en sus películas, llegando a calificarla de "antiamericana". De ahí, que tuviera que comparecer en 1949 ante el inquisitorial Comité de Actividades Antiamericanas. Chaplin se olió lo que se le venía encima y decidió irse de “vacaciones” con toda su familia.

El autor de TIEMPOS MODERNOS se refugió en Europa y esta película fue la primera que rodó a este lado del Atlántico. No podía por menos que tratarse de una sangrante, resentida sátira apuntando a diversos objetivos sobre los que disparó sus (envenenados) dardos en una caricaturizante burla que pretendía dejar al descubierto la estupidez y superficialidad generalizada, la televisión, el rock'n roll, las películas en Cinemascope (!), hasta llegar a lo que más le afectaba: el Comité de Actividades Antiamericanas. A Chaplin, comprensiblemente, se le va la mano en algunos momentos pero los resultados son las más de las veces contundentes y enormemente divertidos. Su puesta en escena, cegatamente denostada en su momento por quienes la consideraron anticuada y estática, resulta, si nos fijamos, de una justeza, limpieza y serenidad (en una película poco "serena") ejemplares, con un muy sabio uso del plano medio y el general.

Para terminar, una nota subjetiva: el que suscribe no puede resistirse a confesar haberse enamorado en su pubertad y primera adolescencia de la encantadora Dawn Addams a quien el cine dió pocas oportunidades, a pesar de haber trabajado con directores de la talla de Otto Preminger y Fritz Lang, y cuya peculiar belleza es homenajeada por Chaplin en muchos momentos de la película pero especialmente en la breve y desopilante secuencia del baño espiado.

CENTAUROS DEL DESIERTO (The Searchers)

(USA) Warner Bros. / C.V. Whitney, 1956. 119 min. Color. VistaVision.

Pr Ej: Merian C. Cooper y Patrick Ford. G: Frank S. Nugent, basado en la novela de Alan LeMay. Ft: Winton C. Hoch. Mt: Jack Murray. DA: Frank Hotaling y James Basevi. Vest: Charles Arrico (sin acreditar). Ms: Max Steiner. Pr y Dr: John Ford.

Int: John Wayne, Vera Miles, Jeffrey Hunter, Natalie Wood, Ward Bond, John Qualen, Olive Carey, Harry Carey Jr., Henry Brandon, Ken Curtis, Hank Worden, Dorothy Jordan, Walter Coy, Pippa Scott, Lana Wood, Patrick Wayne, Antonio Moreno, Beulah Archuletta, Robert Lyden.

Esta es Martha Edwards (Dorothy Jordan)
Desde el porche divisa en la lejanía del paisaje un jinete solitario.
Tras años de ausencia, Ethan Edwards (John Wayne) ha regresado al hogar. La familia al completo: su hermano Aaron (Walter Coy), su cuñada Martha, su sobrino Ben (Robert Lyden) y sus sobrinas Lycy (Pippa Scott) y la pequeña Debbie (Lana Wood).
Ethan y su cuñada Martha guardan en sus corazones un ocultado amor que nunca tuvo expresión.
Ethan cambia impresiones con el marshall-reverendo Clayton (Ward Bond).
En esa noche fatídica, los comanches rodean la casa y la pequeña Debbie se ha refugiado en el pequeño cementerio familiar.
Impresionante estampa la que ofrece el jefe "Scar" (Henry Brandon).
Un momento inolvidable. El pequeño cementerio familiar se ve tristemente aumentado.
Tras el enterramiento de los muertos, entre los que no estaban Lucy y Debbie, rápidamente se forma una partida al mando del reverendo Clayton siguiendo las huellas de los indios.
Uno de los miembros del grupo es el joven Brad Jorgensen (Harry Carey Jr.), prometido de Lucy.
Un atormentado Ethan forma parte del grupo que persigue a los comanches para recuperar a sus sobrinas raptadas.
El noble y testarudo Martin Pawley (Jeffrey Hunter) es el hijo adoptado por los Edwards y no se despegará de Ethan en la búsqueda de sus hermanas.

SINOPSIS:
A su regreso al hogar, un veterano que luchó al lado de la Confederación, quemará muchos años de su solitaria vida siguiendo la pista de los indios comanches que atacaron y asesinaron a su hermano y cuñada (de la que siempre estuvo enamorado) y dos de sus tres sobrinos. Sólo la pequeña de siete años fue respetada y trasladada por los salvajes hasta su poblado de ignorada ubicación. Cuando, tras muchas aventuras y penalidades, finalmente logra recuperarla, ella es ya una esposa india.

Por el camino Ethan descubre el cadáver mutilado de Lucy. Cuando Brad  se entera, en un ataque de locura, sale él solo en persecución de los indios y muere.
Cuando los demás abandonan la búsqueda, Martin y Ethan continúan solos un errático y desesperanzado periplo a través de estaciones y territorios.
En el hogar de los Jorgensen (John Qualen, Olive Carey y Vera Miles), al cabo de los meses, se recibe una carta de Martin en la que relata algunos pasajes y pistas encontradas. 
Han transcurrido los años y Debbie (ahora Natalie Wood), cautiva de los indios y "educada" por ellos, es ahora una squaw que apenas recuerda su niñez.
Los eternos "buscadores" en su largo y accidentado periplo han dado finalmente con la tribu comanche que tiene a Debbie.
Martin quizá por sus gotas de sangre india que corren por sus venas, entiende la zozobra de una escindida Debbie tras reconocer a sus rescatadores.
El odio acumulado y el dolor confunden la mente de Ethan cuando se enfrenta a su sobrina a la que ya considera una india  Martin le hace recuperar la cordura y ambos regresarán al hogar con ella.
En el porche del rancho de los Jorgensen vemos también al viejo y entrañable Mose (Hank Worden) sentado en su ansiada mecedora.
Todos estos años, Laurie Jorgensen, ha esperado el regreso de Martin del que sigue enamorada.
Bajo la mirada de Ethan, el matrimonio Jorgensen acoge amorosamente a Debbie.
Todos han cruzado el umbral de ese acogedor hogar pero Ethan no lo hace. Él parece no sentirse parte integrante del grupo familiar. En realidad, siempre ha sido así.
Él se aleja ligeramente y esa puerta se cerrará en un amargo fundido a negro.

COMENTARIO:
Si nos entregáramos al elucubrativo e inútil juego sobre cual pudo ser el mejor western de los rodados por John Ford, muy probablemente terminaríamos barajando PASIÓN DE LOS FUERTES, EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE y el que ahora nos ocupa, de seguro el más bello y misterioso de los tres y también el más elíptico y ambigüo por una especie de pudor narrativo que dificulta la penetración en el secreto entrevisto y no revelado de los perso­najes, de quienes intuimos que "saben" cosas que nosotros nunca llegaremos a averiguar, especialmente ese Ethan Edwards (impresionante John Wayne que apechuga con un personaje tan trágico como su Tom Doniphon de EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE) cuya nobleza impide que su amargura estalle, o el ambivalente capitán-reverendo Clayton (Ward Bond) observando en silencio, mientras toma café, a la cuñada de Ethan acariciando evocadoramente su esclavina antes de entregársela (maravilloso y sugerente momento fordiano de intimidad sorprendida).

CENTAUROS DEL DESIERTO contiene a lo largo de su desarrollo momentos de indescriptible intensidad dramática; cierto que hay muchos, pero citemos esa portentosa secuencia con los componentes de la familia de Ethan en su rústico hogar progresivamente inundado por el rojizo último resplandor del crepúsculo, sumidos en una crispada tensión antes del ataque indio, cerrada con una escalofriante elipsis. Siempre he sentido ese momento como una cumbre del cine.

Por otro lado, no quiero terminar sin rendir emocionada referencia a dos aspectos fundamentales. En primer lugar, la sabia utilización del humor en esta película que -además de servir de aliviadero dramático- surge en varios momentos de manera “natural” (el joven teniente recién graduado y su sable, el episodio de la adquirida esposa india de Martin, la estancia de Ethan y Martin en la cantina mexicana, o la pelea en la que se enzarzan los pretendientes de Laurie). Todo formando parte de ese universo que le es tan peculiar.

En segundo lugar, ese tono de velada poesía invadiendo las escenas hogareñas tan queridas del autor de RIO GRANDE. El hogar aquí adquiere una particular significación al representar el apacible refugio, el paréntesis acogedor en el prolongado periplo de los buscadores (“los buscadores” es el título original del film) y su calor es algo que se percibe, que se siente. Primero en el hogar del hermano de Ethan al que éste llega tras su larga ausencia en la guerra, y luego, el de los Jorgensen. No olvidemos que la película comienza desde negro con una puerta -la del hogar de los Edwards- que se abre a un exterior luminoso y se clausura con un cierre en negro debido al movimiento inverso de otra puerta equivalente, dejando homéricamente excluido al “centauro” solitario. 

SÁBADO TRÁGICO (Violent Saturday)

(USA) 20th Century-Fox, 1955. 90 min. Color. CinemaScope.

Pr: Buddy Adler. G: Sidney Boehm, basado en la novela de William L. Health. Ft: Charles G. Clarke. Mt: Louis Loeffler. DA: Lyle R. Wheeler y George W. Davis. Vest: Kay Nelson y Charles LeMaire Ms: Hugo Friedhofer. Dr: Richard Fleischer.

Int: Victor Mature, Richard Egan, Virginia Leith, Sylvia Sidney, Stephen McNally, Ernest Borgnine, Lee Marvin, Margaret Hayes, Tommy Noonan, J. Carrol Naish, Brad Dexter, Dorothy Patrick, Billy Chapin, Raymond Greenleaf, Robert Adler.

Del autobús detenido en Bradenville se apea un individuo bien trajeado (Stephen McNally) al que conoceremos como Harper y que aparenta ser un viajante de comercio.
Chapman (J. Carrol Naish) y Dill (Lee Marvin), dos individuos de los que más tarde sabremos que son atracadores, viajan en tren hacia Bradenville.
Ahora ya sabemos que Harper, Chapman y Dill, esos tres hombres llegados discretamente a la ciudad, son delincuentes que planean atracar el banco.
Dill, hombre áspero y nervioso, padece de insomnio y descarga sus dudas y cuitas personales con Harper en medio de la noche.
Shelley Martin (Victor Mature) que trabaja como gerente de una vital mina para la ciudad, charla con su esposa Helen (Dorothy Patrick) sobre los problemas y peleas que su hijo Steve tiene en el colegio con alguno de sus compañeros en torno a la valía de su padre.
Shelley trata de convencer a su hijo Steve (Billy Chapin) de que no todos pueden ser héroes y los que -como él- no han ido a la guerra también tienen un importante cometido en la vida civil y cotidiana.
Emily Fairchild (Margaret Hayes) es una mujer casada insatisfecha y de vida mundana que ahoga su frustración en sus encuentros con un amante.
Emily, ante las palabras de su esposo Boyd (Richard Egan), parece tomar conciencia del fracaso de su matrimonio y se siente culpable por ello.
Esta es la enfermera Linda Sherman (Virginia Leith), una mujer independiente que se siente atraída por Boyd.
Boyd Fairchild, bebedor y dicharachero, ahoga su complejo de inferioridad (está al frente de la mina de su padre pero se cree incapaz de gestionar el negocio familiar) y su infelicidad matrimonial tomando unos whiskys y contándole sus penas a la enfermera Linda.

SINOPSIS: En un soleado y tranquilo día, unos individuos de aspecto apacible, en realidad unos gangsters, llegan discretamente a una pequeña ciudad minera con la intención de atracar su banco. Este hecho violento sacudirá y afectará en diverso grado las vidas de varias personas, cuyos asuntos y problemáticas personales se han ido entrelazando en las horas previas al atraco.

Es Linda quien se encarga de acompañar a Boyd, completamente borracho, hasta su casa. Emily, la esposa, no ve con buenos ojos su presencia allí y ambas mujeres se enzarzan en una agria discusión en la que Linda recrimina a la otra el abandono al que somete a su esposo.
Elsie Braden (Sylvia Sidney) sorprende a Harry Reeves (Tommy Noonan), director del banco, espiando en la noche a Linda mientras se quita la ropa.
...ese descubrimiento será utilizado por Elsie, que pasa por serias dificultades económicas, para presionar a Harry ante el requerimiento del banco de un inminente desahucio.
El día ha llegado y la cuenta atrás ha comenzado. Harper y Chapman se dirigen al banco.
El nervioso Dill, desde su posición, hace lo propio.
Ya dentro del banco, típica imagen de los atracadores apuntado con sus armas a todo el mundo.
En su plan de fuga, los atracadores han secuestrado a Shelley y utilizan la granja de una familia amish como punto de huída, utilizando un camión que despiste a la policía.
Shelley atado y amordazado en el granero trata de calibrar la situación y zafarse de las ligaduras.
Este es Stadt (Ernest Borgnine) el patriarca de la familia amish que contempla la difícil situación creada en su granja.
Un momento especialmente tenso: Dill se dispone a rematar a Shelley que en su intentona de reducir a los delincuentes yace herido en el suelo. Detrás de él, el escindido granjero amish duda si quebrantar o no sus principios religiosos.
En el último segundo el granjero decide salvar a Shelley clavando su horca en la espalda de Dill.
Durante el atraco la esposa de Boyd ha muerto alcanzada por los disparos de Dill. Ahora él está atormentado porque unas horas antes habían acordado arreglar su situación y empezar desde cero. Una vez más acude a Linda y pasado el berrinche todos adivinamos un futuro común para los dos.

COMENTARIO: Richard Fleischer, como realizador contratado por los estudios, tocó todos los géneros y de vez en cuando, superando con creces los niveles que podían esperarse de un “artesano asalariado”, conseguía, con talento e inspiración, adherir a sus sólidas y briosas puestas en escena partículas de un universo propio que por alquimia "violentaban" las propiedades del grisáceo material de base hasta transformarlo, eso sí, sin por ello sacarlo del molde impuesto. ¿Cómo explicar de otro modo la fascinación, riqueza y redondez de films de encargo como 20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO y LOS VIKINGOS, o la audaz concepción de un western como DUELO EN EL BARRO (These Thousand Hills, 1959)?.

El título que ahora nos ocupa se encuentra, en mi opinión, entre los mejores trabajos que realizó Fleischer en la década de los cincuenta. Es una historia coral con varias acciones en paralelo, una crónica dramática que se adentra con una portentosa efectividad narrativa en lo que esconde la cotidiana y apacible vida de varios de los habitantes de una pequeña ciudad minera llamada Bradenville. Y son los tres delincuentes llegados discretamente a esa localidad para atracar su banco los que en sus idas y venidas van engarzando de manera involuntaria las diferentes historias por el mero contacto visual o coincidencia espacial con algunos de los habitantes.

Ya una de las primeras escenas de la película nos proporciona la pista sobre el método narrativo que adoptará Fleischer partiendo de un guión milimétricamente estructurado: asistimos a la presentación del personaje de la bibliotecaria, una mujer de mediana edad solitaria y triste (soberbia Sylvia Sidney) con apuros de dinero y acuciada por el Banco. La eficacia de esta escena que culmina con ella robando un bolso mientras es observada de manera casual por uno de los delincuentes que se encuentra allí estudiando en un mapa las carreteras que circundan esa ciudad, reside en la fluidez y economía de su construcción (la mirada de un personaje nos lleva a otro) y también en la significación e importancia que adquieren el decorado, los objetos, en relación al personaje (ella, en su tenso desplazamiento, acompañada por la cámara, se aferra al carrito de recoger libros para, en cierto modo, descargar físicamente su desesperación y resentimiento por cómo la han tratado la vida y esa ciudad).               

Lo que narra SÁBADO TRÁGICO a partir del conocimiento que ya tenemos de las entrecruzadas vidas de los personajes es el súbito estallido de la precaria, aparencial armonía social y emocional de unos seres por la intrusión de un elemento desencadenante (los atracadores) en su apaciguado microcosmos. Estamos ante un cer­tero retrato colectivo de contrastadas pinceladas de “ciudadanos respetables” tratando de superar sus frustraciones a través del alcohol, el adulterio, la búsqueda del respeto y, en ocasiones, sorprendidos en actos bochornosos (terribe escena nocturna de nuevo con la bibliotecaria cuando ésta va a tirar el bolso robado a un contenedor y sorprende al apocado empleado del banco (Tommy Noonan) espiando desde la oscuridad a la enfermera a través de su ventana mientras se desnuda). 

Si bien en el último tercio, tras el atraco, la película incursiona en el terreno del thriller, no ha sido -como explicaba antes- ese el tono predominante de la trama. De hecho, a los atracadores y la preparación del golpe no se les presta mayor atención que a los conflictos de los demás personajes y solo representarán en un momento determinado el elemento catalizador. En cualquier caso, estamos ante un espectáculo cinematográfico de primer orden en el que una vez más, cuando hablamos del cine de Fleischer, tenemos que aludir a un seco y contundente tratamiento de la violencia casi siempre ligada a estados tensionales (los dos alaridos guturales de Emily en el banco al ser alcanzada por dos disparos) u objetos y texturas que intervienen en la acción (salpicaduras de agua del abrevadero tras el que se parapeta uno de los delincuentes cuando es abatido por los perdigones de una escopeta). Y también a este respecto, resulta memorable el dibujo conseguido del gangster con rinitis interpretado por Lee Marvin, así como su muerte (impresionante por su fisicidad y significado moral) ensartado por la acción del amish, resuelta en un solo plano frontal.

En este blog volveremos sobre Richard Fleischer, un excelente director cuya obra -nunca es tarde- merece ser revisada y de nuevo valorada con la debida atención, esa que durante décadas apenas se le ha prestado a ambos lados del Atlántico. Imagino que por la pereza de unos y el menosprecio de otros. 

SIEMPRE HACE BUEN TIEMPO (It's Always Fair Weather) (USA) MGM, 1955. 101 min. Color. CinemaScope. Pr: Arthur Freed y (sin acreditar) R...